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El sentido, como lo eterno, es candor sin nombre.

Aunque pequeño,
    el mundo no se atreve a ponerlo a servir.

Si príncipes y reyes lo pudieran guardar, 
    entonces todas las cosas aparecerían en calidad de invitadas.

Cielo y tierra se unirían para destilar gota a gota dulce rocío.
El pueblo, por sí mismo, sin ley, vendría al equilibrio.

Si empieza la conformación           
   es que primero hay nombres.

Los nombres alcanzan también el ser,
    y también se sabe dónde hay que pararse.

Si se sabe dónde hay que pararse,
    entonces uno no se pone en peligro.

La relación del sentido con el mundo se puede comparar
    con los arroyos de montaña y el agua de los valles,
    que se vierten en ríos y mares.



Este es un trozo que da que hablar (para no decir "da que pensar", porque no parezca que son cosas distintas, y que "pensar" sea algo así como más profundo o más solitario). Decir que da que hablar, también, por otro lado, querría decir que antes de hablar habría que ir con tiento, habría que darle vueltas, habría que pensárselo: pero si pensárselo es hablar, entonces es como decir que "que da que hablar quiere decir que antes de hablar habría que hablar".

De momento, lo más de bulto que me parece sentir, es que quizás haya un añadido contra el sentido en las tres líneas "y también se sabe dónde hay que pararse. Si se sabe dónde hay que pararse, entonces uno no se pone en peligro". Por tanto, la línea anterior, la frase anterior, no tendría a éstas como especie de continuación. Estas continuaciones, cuando son glosas contra el sentido, están en realidad para esplicar y asimilar lo raro y revelador que se acaba de sentir. Sería, sin más: "Los nombres también alcanzan el ser". Que los nombres alcancen el ser, que se crea eso, parece como un requisito previo para atreverse a inventar algo como la escritura. Sin esa fe de que se puede repetir lo que se va oyendo (fe falsa, como toda fe), no es posible inventar la escritura. Esto a lo que apunta es a decir que la escritura, el fundamento de la escritura, se prefigura antes de que se intente escribir nada y de que a nadie se le ocurra nada parecido. O sea, que la escritura, en lo que importa de ella, se venía haciendo ¿mucho? antes de la escritura. Lo cual, por otro lado, no puede ser de otra forma, puesto que reconocemos que las cosas, en verdad, no tienen fin, y por tanto, no pueden tampoco propiamente comenzar.

El "mucho" entre interrogaciones del párrafo anterior, de lo que avisa es de que es sólo una forma de hablar realista. Porque, ni se sabe si es mucho ni poco, ni si tiene buen sentido siquiera querer contar el tiempo durante el que se fue formando la fe de que se puede repetir lo que se va oyendo; porque ésa es justo la fe -falsa- que puede llevar a esto de la escritura. O, al menos, a tomársela en serio; como cosa grave; cosa de culpa; cosa de prueba; cosa de juicio; cosa de causa.