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Los escelentes no tienen preferencias,
    así se hace que el pueblo no pelee.

No le dan valor a los lujos,
    así se hace que el pueblo no robe.

No muestran nada codiciable,
    así se hace que el corazón del pueblo no se embrolle.

Por eso el llamado rige así:
  Vacía sus corazones y llena su cuerpo.
  Hace débil su voluntad y hace fuertes sus huesos,
  y hace que el pueblo permanezca sin saber y sin deseos,
  y para ello cuida que aquél que sabe no se atreva a actuar.

Hace el no-hacer,
así todo va en orden.



Se habla de los escelentes, del llamado, del que sabe: se contraponen al pueblo. Leyendo este capítulo, a uno le pueden dar ganas de convertirse en un escelente (para no privilegiar a los que no son escelentes) o de conseguir no acumular lujos para que los que no son escelentes no roben (pero no porque no valgan para nada) o de no enseñar nada codiciable (pero entonces se reconoce que hay cosas codiciables) o, todavía más, le pueden dar ganas a uno con este trozo de llegar a ser un llamado para vaciar los corazones y llenar la panza del pueblo, para hacer débil su voluntad y fuertes sus huesos, para hacer que el pueblo permanezca sin saber y sin deseos. ¿Cómo? Cuidando de que el que sabe (por tanto reconociendo que sí se sabe y el propio elegido sabe quién sabe) no se atreva a actuar.

Todo eso haría yo mismo si llegara a ser elegido. Y, para colmo, todo este trabajo, dice al final que es hacer el no-hacer-nada: ¡No poco!

La última frase, suelta, sí puede ser buena contra las mentiras.